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A mi hermano Juan Mariano
anamariarivera.blogspot.com abril 29, 2019 1
Ana María, Sandra Mónica, Javier, Jimeno y nuestro hermano mayor: Juan Mariano |
Querido
Mar: Como cuando éramos niños,
y deslumbrados por tus poderes, te proclamábamos nuestro superhéroe, capaz de
controlar la mente y de levitar en posición de flor de loto a cientos de
milímetros del suelo, ante los ojos atónitos de tus deslumbrados hermanos
menores, que aumentaban tu fama, en cuatro manzanas a la redonda, en un barrio
de Neiva, donde vivimos, no un cuento de hadas, sino una atesorada temporada de
historias de acción y de misterio, en la búsqueda de apasionados secretos
ocultos, arcanos y cuanto enigma del universo
acechabas, con el ímpetu del que sabe que las horas están contadas para
quien dedica su vida a descifrar el universo.
Así, fuimos iniciados
en los ritos de los buscadores de tesoros recónditos; niñitos magníficos en el
arte de seguir al maestro, y secundarlo en el desentrañamiento de verdades y en la exploración de los
superpoderes, como ese que desarrollaste a través de los, ya legendarios, cursos
por correspondencia, comprados por papá, a finales de los años setenta; esos
librillos de tapa dura con letras doradas, que no olvidamos, y donde aprendiste
en “trece lecciones” a hipnotizarnos, péndulo
en mano, y a obligarnos a mantenernos “muy
serias y sin risitas”, a Sandra Mónica y a mí, mientras obrabas en nosotras con tus magias y tus dulces, pero
extenuantes hechizos.
Luego, hermano del alma, vendrían los intrépidos
avistamientos: ¡Cinco niñitos en militancia activa a la vigilancia del cielo! Podíamos
ser llamados en cualquier momento a corroborar una anomalía celeste. Un ovni,
hubiese sido la misión perfecta; no obstante asistimos varías veces, (ya no sé
si en el sueño o en la vigilia), a la silenciosa gravitación de una gigantesca madre
nodriza, al fulgor de una lluvia de
estrellas, o al equivocado juego de luces de un entrometido avión, que nos
hiciera ensoñar con los envalentonados encuentros
cercanos del tercer tipo, o con ser embarcados en un viaje a las estrellas,
a bordo de la nave Enterprise, o por lo menos frente a la tele, conmocionados, aprendiendo bajo tu tutela, y con el profesor Sagan,
el amor por la ciencia y la historia.
Ese atesorado amor, hermano mío, que te ha llevado, a
profundizar en los diversos campos del conocimiento, desde la biología y la química,
de tu formación universitaria y profesional, hasta tu dedicada labor
autodidacta en los temas más heterogéneos, asistido siempre, por una indudable
memoria feliz, que tantas veces agradecimos, (y otras, no tanto), por precisar
un concepto, una versión, una coordenada, un tema, una teoría, una fecha, un
argumento, un nombre.
Perdona, Juan Mariano querido, si crecimos y dejamos
de decirte que te admirábamos, y que fuiste durante mucho tiempo nuestro superhéroe,
y que pensamos buena parte de nuestra vida, ¡la mejor!, que estabas hecho de
otro material, uno más perfecto, que te hacía entenderlo todo, y explicarlo
todo, sin excepción.
Una vez, una connotada artista europea, con la que
compartías el escenario, como solista en un concierto, bajo la dirección del
maestro Zambrano, dijo al terminar la presentación, y refiriéndose a tu prodigiosa
voz de tenor, (celebrada tantas veces por mi madre): “Voces como ésta, diez en
el planeta”.
Hermano del alma, queremos ser tus felices herederos,
déjanos tu ascetismo, tus grandes y místicas renuncias, tu generosidad de hijo
que nunca partió de casa; déjanos tu austeridad de siempre, viviendo contento
con tan “poco”; déjanos tu sonrisa bondadosa, tu deseo de servir y de enseñar, esa profunda devoción por San Francisco de Asís. Déjanos tus preciosos tableros dibujados de ecuaciones y de fórmulas. Déjanos tu hermosa sonrisa del niño que no te abandonó nunca. Déjanos el amor que nos enseñaste por la música de Bach y de Beethoven. Déjanos
tu valentía, tu magnifica e impasible voz, entonando las oraciones últimas; el
estoicismo de las últimas semanas. Déjanos
en el recuerdo la atesorada imagen de tu partida, imperturbable, en el regazo
de tu hermano menor. Llévate el amor de tu madre y de tu padre, su infinita gratitud
y su dulce perdón. Llévate nuestro amor de hermanos, de tíos, primos, sobrinas,
pupilos, amigos.
Cuando volvamos a vernos, hermano del alma, nos
diremos al oído tantas palabras que quedan hoy por decir. Mientras tanto
celebraremos tu entrañable existencia, tu ser mágico y único: Partes hoy el
mismo día que llegaste, hace cincuenta y cinco años, un 28 de abril.
Para siempre y un día, Juan Mariano Rivera.
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Es muy lindo esto que escribiste Ana María
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